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El cine es como una suerte de Drácula que se resiste de manera porfiada a cuanta bala le disparan desde las trincheras de las novedades tecnológicas, es más, muchos de sus agresores han terminado pegándose un tiro en un pié  por no dimensionar adecuadamente el fenómeno del cine y lo que significa para nuestra cultura. Pero esto no quiere decir efectivamente que no estemos en un momnto de quiebre (otro más) dentro de la estructura del audiovisual a nivel universal. Es más, con amenazas latiendo debajo de cada butaca al cine no le queda otra alternativa que reinventarse, en el entendeido de que por más que nos agarremos de cualquier aparato electrónico para ver nuestra película elegida o la serie que nos tiene narcotizados, la expriencia de ir al cine, con su liturgia, sus olores y sus tiempos, será ireemplazable. Porque cuando vamos al cine entra en juego la nostalgia y también lo que somos como construcción humana y las películas que de alguna manera nos han modeado están ahí, como parte de nuestro ADN. Ir al cine es como reencontrarse con uno mismo, con la juventud perdida, con los amores retirados. Es como entrar en una maquina del tiempo, como explica la escritora y crítica argentina Maia Debowicz en su libro Cine en Pijamas (Paidos). Y porque en la variedad habita el gusto, podemos pasar horas en el living, en la cama o en el baño, de cara a la laptop, la tablet o el celular, pero mas tarde o mas temprano, necesitamos de ese territorio comanche de las emociones llamado pantalla grande. 

Cada vez que se inaugura un soporte audiovisual (ahora se les llama plataformas de streaming, parece) se disparan una serie de sacudones culturales que muchas veces se requieren décadas para que se aquieten las aguas. Fue lo que pasó cuando irrumpió la televisión y muchos en su momento dijeron que era la partida de defunción del cine. Con el diario del lunes sabemos que eso no ocurrió y como un guión escrito por David Cronemberg, el nuevo visitante se metió dentro de la fábrica de los sueños y le fue dejando varios hijos por el camino que primero fagocitaron parte del negocio y después se constituyó en parte de ese modelo mercantil.

Tanto mutó el monstruo que uno de sus hjos mas degenerados, que su nombre empieza con una gigantesca N roja, es la que barajó y dió de nuevo, pero ya llegaremos a eso. Es posible que casi todos recordemos la llegada del primer televisor a nuestro hogar. En mi caso fue un Punktal, enorme, de una madera oscura de la cual sobresalía una especie de burbuja de vidrio que luego llamaríamos pantalla. Debido a que el fluído electrico tenia sobresaltos y podía arruinar las lámparas que en su interior generaban el hecho magico y todo quedaba a oscuras, por eso se usaba un aparatito anexo que se conoció alguna vez como estabilizador. Y esa fue la puerta de entrada para eso llamado cine, que se limitaba a clásicos de finde semana tipo Sábados de Cine, con cuatro funciones.            La primera solía ser un entretenimiento casi olvidable, lasegunda, sobre las 20 horas-después del flash del informativo- ya era algo de mayorers pretenciones estéticas, luego a las 22 venía una tercera aduana donde se fiscalizaba la presencia del menor frente a la caja boba, no fuera que viera algo inconveniente. Ahí se podían ver propuestas muy atrevidas, como El Padrino I, que terminó entrada la madrugada y con este humilde servidor en estado de shock. Otra vez, el territorio de los recuerdos, por eso continúa funcionando este engranaje. Es que somos es el aceite de la industria del cine. Claro, también aparecieron las series que por un tema de rango etáreo, a mi me tocó La ley del revólver, Swat, SyH, El auto fantástico, la abominable Dukes de Hazzard y su bandera confederada en el techo anarajado del General Lee, que hasta ese entonces solo era un auto, no un general sureño esclavista. Kojak, Los magníficos, La mujer Maravilla, diversos Batman, mucha ciencia ficción barata ( cómo olvida a Diana en V, invasión extraterrestre) y un largo etcétera que comenzó a mapear nuestro gusto que por entonces estaba en estado virginal.

Como se ve, el cine estaba amueblando la televisión y algo llamados series ya era parte de paisaje. Claro, despues uno creció y aparecieron Los archivos X como cuerpo extraño en nuestro living y ni hablar de lo que significó Twing Peaks, donde el amigo David Lynch nos enseño que en las tinieblas se escondía parte de lo mejor de nuestra vida. No olvidemos que el maestro Alfred Hitchcock ya había descubierto a mediados del siglo XX que la televisión podía ser una buena herramienta para dejar en claro de lo que era capaz de hacer con una cámara y un par de ideas.  Pero ya llegaremos a eso.
En algún momento llegó el cable y el insomnio se transformó en el amigo fiel de toda una generación. El universo había estallado frente a nosotros gracias a un insignificante cable coaxil. Ese cable duro y flexible nos traía la ambrosía que devorábamos sin piedad. Esa novedad nos generó uno de los primeros cambios que hemos tenido como consumidores de cine. El cable nos daba toneladas de material que podiamos ver por la mitad y reenganchar en otro momento, el cine comenzaba a ser parte de una dieta que ya no nos alcanzaba. Eramos adictos. Uno podía ver Alien, La rosa púrpura del Cairo, Depredador, Carretera perdida, Cocoon, Nacido un 4 de Julio, Mujer Bonita o Top Gun todas de un tiron y sin el menor criterio. Nuestro ojo se estaba acostumbrando a absorberlo todo, sin filtro. Y al mismo tiempo un nuevo formato comenzaba a formar parte de nuestro ecosistema. Por respeto al difunto no voy a tratar de plataforma a los videoclubes. Cuando nos enteramos de que en esos comercios podíamos alquilar una película, es decir, pagar unos pesos para que nos permitieran llevar la película elegida con el compromiso de devolverla en tiempo y forma (entre 24 y 48 horas, después venían las multas y por supuesto, rebobinadas) eso nos agrandó aún más el horizonte visual. En general, el videoclub funcionaba como un apunte al márgen de lo que uno veía en el cine.
Si por ejemplo en Cinemateca uno se topaba con Bajo el peso de la ley (Jim Jarmusch, 1986) lo natural era intentar buscar, en general con poca suerte, que mas podíamos ver de ese raro director del pelo blanco y revuelto. Una vez mas, el formato hogareño se complementaba con la sala. Existía una saludable interacción y el espectador se educaba en detemiandos cánones estéticos, que después podrian cambiar, o no.

Convengamos una cosa: el VHS se veía horrible, rayado, el funcionamiento era en general enojoso, pero era parte del aprendizaje. Cuando apareció el DVD como el nuevo Santo Grial casero, parecía que todo volvía a la normalidad. Ver Jurassic Park (Steven Spielberg, 1997) con esa calidad era casi insólito, es más, ver Duel (1971) del mismo director con extras y comentarios sobre como hicieron para que ese camión se convirtiera en un enviado del mal, parecía insuperable. El DVD podía contener una película de mas de dos horas y además, podía estar hablada en cualquier idioma imaginable con mutiples opciones de audio y susbtitulado. Imposible imaginar algo mejor. Era una cuestion de tiempo para que la imagen digital le pasara por arriba a lo analógico y eso ocurrio finalmente en 2005, cuando Hollywood editó su última película en VHS. Resulta hasta gracioso que se tratara de Una historia violenta de David Cronenberg, aquella en la que Viggo Mortensen (el rubio hincha de San Lorenzo y tomador de mate) era un ex pistolero devenido en tipo de familia hasta que le pasado le toca la puerta y Ed Harris se baja de un Cadillac negro con su ojo de vidrio y cara de voy a quemar todo el pueblo no sin antes hacerte pasar mal a vos, a tu mujer (Maria Bello) y si puedo te mato también al perro. Esa fue la última, el VHS ya estaba muerto. Lo que no sabía el DVD es que su sobrevida seria intensa, pero breve. La película que inauguró el formato del disquito de plástico fue un supertanque de la industria, Batman Eternamente (dirigida por ese bicho raro llamado Tim Burton, 1995) y ahí arrancó el ataque de los pixeles.

Y el propio disco permitía almacenar gran cantidad de material abonando algo que llegó casi al mismo tiempo, o mejor dicho, cuando el desarrollo de internet lo permitió: la piratería. Ahora si, muchos levantaron el puño y gritaban muera el cine, viva el rey torrent. Se veía un verdadero tsunami de películas en el horizonte. Al mismo tiempo, un tal James Cameron, el mismo que en 1991 había reseteado la industria con Terminator 2 (impensable que un ser tan reaccionario como Arnold Schwarzenegger iba a encabezar una revolución, al menos digital)  ese verdadero derrame de latex, efectos y fluídos que se solidificaban. El propio Cameron volvió a romper los esquemas tecnológicos con Avatar (2009) pero tuvo que esperar a que ese otro demonio de la alquimia digital llamado Peter Jackson (pueden ver El señor de los Anillos de un tirón y tendrán su merecido) fundara Weta Digital, su compañia de efectos especiales y así pudiera lograr su prodigio. Así Cameron se ganó a si mismo, ya que Avatar se convirtió en la película mas taquillera de toda la historia, ganándole con luz a su Titanic (1997) y Avatar fue también, la película mas pirateada de todos los tiempos, con mas de 20 millones de bajadas hogareñas. Que quiero decir con esto?, que la piratería no le pegó bajo la linea de flotación del cine. La segunda película mas pirateada desde que el hombre se bajó del árbol fue Batman, el caballero de la noche (Christopher Nolan, 2008) que recaudó en salas mas de mil millones de billetes verdes contra casi 19 millones de bajadas ilegales. Cameron dijo, dice y dirá hasta el hartazgo que a la pirateria no se le gana con demandas ni pateando puertas, esa pelea se debe dar con innovacion tecnológica, generando nuevas sensaciones y necesaidades al espectador. Lo dice alguien que no conoce el significado de la palabra fracaso. “La gente quiere tener un motivo para ir al cine, un pretexto para socializar, y al mismo tiempo ver su película preferida en su celular, son experiencias diferentes y creo que pueden coexistir” dice Cameron, convencido.

La industria le hizo caso y la mayor apuesta parece ser el 3D y los cines Imax con sus pantallas universales. Mientras todo esto pasaba, unos californianos bastante vivos, Mark Randolph y Reed Hastings habian comenzado con una idea bastante peregrina en el año 2000. Alquilaban películas por correo. Las ofrecian en una página web bastante rudimentaria, el usuario hacía el pedido, la película en DVD le llegaba via postal a su casa y después de mirarla la devolvía. Eso era Netflix, un poco antes de que Blockbuster se conviertiera en una cadena de hambuerguesas. Para 2008 inicia el sistema Video on Demand y se convertiría en el gran almacén de películas y series que es hoy y la piratería se transformó casi en anécdota. Cameron tenía razón. Tanta razón tenía que allá por 2011, en el marco de la entrega de premios Goya, el director español Alex de la Iglesia, otro amigo de estas páginas, dijo, siendo presidente de la Academia de Cine, que “una película no es una pelicula hasta que alguien se sienta a verla” ya sea en un cine o frente a una tablet”. Eso causó revuelo, llamados a una nueva inquisición y provocó gran desorden en la red neuronal en varios de sus colegas. “No le debemos tener miedo a internet, porque internet salvará a nuestro cine” agregó y se fue a paso de murga. Lo que quiso decir de la Iglesia es que el cine ha pasado por sacudones varios y hoy tiene un desafío importante que es redefinir su leguanje, una vez mas.

La gente cambio su forma de ver, antes el problema era donde ver, ahora es que ver, porque la oferta es oceánica, tan vasta que necesitariamos varias vidas para intentar abarcar parte de lo que se ofrece. Y la plataforma que empezó con esta nueva redefinición fue YouTube y para colmo, ancló una discusión que todavía se sigue amplificando y es la que enmarca este siglo XXI: los límites de la propiedad intelectual y la enorme y vasta estepa de películas que tendrían que ser ya de dominio público. Esto nos mete de cabeza en el universo de los millenials, para ellos, que son una porción demasiado apetecible del mercado, hay un antes y despues del “descubrimiento” de internet. La banda ancha es la felicidad y la soledad pasó a ser casi una necesidad antes que de motivo de preocupación para los padres y sicoanalistas.

Netflix entendió (como ya lo había dicho Cameron) que la forma de anclar los deseos de toda esa generación no solo era seducirlos con que se quedaran en casa, sino que también pudieran ver lo que quisieran a la hora que se les antojara, o sea, ahora mismo, o sea, chau torrents y sus periodos de espera, mala calidad y dificultades para encontrar susbtítulos medianamente decentes. Y mejor aún, a precios medianamente razonables. Y era tan buen negocio que la n roja primero y toda la tropilla que vino después (llamese Amazon, Hulu, HBO, Disney y una lista casi interminable) se dieron cuenta de que debían producir material propio. Netflix pegó primero con House of Cards (que no deja de ser una buena versión de una pieza inglesa brillante de los años noventa) y de ahí al infinito, mientras se generaba la posibilidad de que autores desconocidos podían acceder a que su material se viera en toda esta parte de la galaxia, como pasó con el coreano Boon Joon-ho que en 2017 presentó al mundo esa maravilla llamada Okja y terminó con la academia de Hollywood arrodillada ante el con la multipremiada Parásitos (2019). Su explosión se debió en buena medida a las plataformas, lo mismo que supo ver Alfonso Cuarón con Roma (2018) o el mismísimo Martin Scorsese con la desmesurada El Irlandés (2019), cuando se dejaron seducir con la inagotable chequera de Netflix. O sea, el patrón de consumo cambió para los espectadores y también para los realizadores. Ya Hitchcock y David Lynch se habían mudado a la casa chica que está al lado de la estufa, también lo hicieron los hermanos Coen y la lista no para de ensancharse, a tal punto que las grandes majors hollywoodenses se juntaron para producir material y contenido con el living como destino final porque percibieron que a la gente es mas dificil de sacarla de la casa, mas con ese accidente histórico llamado Covid 19 todavía dando vueltas por el aire que respiramos. El  miedo (viejo recurso cinematográfico) hizo el resto, lo cuál no significa que estemos ante el velatorio del cine. Todo lo contrario, jamás gozó de tan buena salud, nada más que se dió un fenómeno migratorio y en definitiva, como nosotros estamos construidos de recuerdos como seres humanos, jamás dejaremos de ir a sacar una entrada a una sala.

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