En una entrevista que el escritor chileno Roberto Bolaño le concedió al programa “Off the record”, conducido por Fernando Villagran, sostuvo que “escribir no es natural ni es gratificante, lo gratificante y lo natural, lo que el cuerpo pide a una persona inteligente es leer”; Bolaño, que supo leer mucho y escribir mucho, estuvo en ambos extremos de la literatura, fue escritor y fue lector y dentro de esa dicótoma le da trascendencia al acto de leer y deja en un segundo plano el de escribir; es que el escribir parece ser una tarea de condensación de fenómenos culturales que se arrastran desde antaño y que solo se justifican mediante otros fenómenos culturales; Así lo explicó Rolan Barthes es su ensayo de 1968 titulado “La muerte del autor”:
el escritor se limita a imitar un gesto siempre anterior, nunca original;
el único poder que tiene es el de mezclar las escrituras, llevar la contraria a unas con otras, de manera que nunca se pueda uno apoyar en una de ellas; aunque quiera expresarse, al menos debería saber que la «cosa» interior que tiene la intención de «traducir» no es en sí misma más que un diccionario ya compuesto, en el que las palabras no pueden explicarse sino a través de otras palabras, y así indefinidamente (Barthes, 69).
Este concepto desdibuja la figura de autor y quizá aclara lo que Bolaño quiere decir cunado afirma que “escribir no es natural ni es gratificante”; quizá no lo sea por su condición limitada a “imitar un gesto siempre anterior”, por el forzar al autor a encasillar una idea, un concepto, un sensación en palabras. Usando términos de Ferdinand Saussure: “significados” encorsetados en históricos “significantes”.
Cuando Julio Cortázar escribe en el capítulo 68 de Rayuela: “...Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes...”(490) lo que logra es la ruptura del “significante” con el “significado”, el lector no logra encontrarle el significado a varios significantes de este capítulo, pero esa ruptura radical no significa que el autor logró liberarse de los “gestos siempre anteriores”, la gramática sigue presente en esos significantes sin significados: “amalaba” está en singular como le exige el “le” que le antecede y además tiene la apariencia de un verbo conjugado en pasado al igual que “agolpaba” y “caían”. Esto es solo un ejemplo de esa subordinación que el Autor tiene frente a la lengua y la cultura en general.
¿Qué pasa cuándo se asume que el Autor está subordinado a la cultura? Según Barthes
“...Una vez alejado el Autor, se vuelve inútil la pretensión de «descifrar» un texto...”(70) ya que un texto no se “descifra” y menos en función de quién lo escribió, poco importa el Autor ya que solo es un reorganizador, un catalizador de una cosmovisión. A continuación Barthes advierte sobre la consecuencia de no reconocer la condición de subordinación del Autor, dice: “...Darle a un texto un Autor es imponerle un seguro, proveerlo de un significado último, cerrar la escritura...”(70), esto es decir que cargar el texto con la biografía de quién lo emite es circunscribir la lectura a una única interpretación, o como mínimo acotar la lectura a número finito.
En la ya mencionada entrevista a Bolaño el chileno también sostuvo: “… los escritores (…) hacemos el servicio público para que otros se lo pasen bien...”, aquí está la contracarta del Autor subordinado, aquí están los “otros”, los que el texto hace que “se lo pasen bien”, aquí está el Lector, el que experimenta “lo gratificante y lo natural”. ¿Pero qué hace que lectura sea “gratificante”?, si seguimos la idea de Roland Barthes podemos encontrar que lo que marca la diferencia entre el Autor y Lector es que el Lector no tiene biografía, no tiene contexto social, es atemporal, carece de psicología, es anónimo y no tiene residencia; el Lector puede ser cualquiera en cualquier contexto y con cualquier cosmovisión, y va a encontrar lo “gratificante” al enfrentarse a un texto y encontrarse con “significantes” y sentir la libertad de descubrirla algún “significado”. Es cierto que el Lector histórico y biográfico, está, al igual que el Autor, sometido a una cultura y los “significados” que puede adjudicarle a un “significante” están condicionados por su cultura, pero la diferencia radica en que el Lector tiene la libertad de cargarle un “significado”, que puede ser una sensación, una idea, un sentimiento, etcétera, a los “significantes”; El Autor encorseta de forma obligada un “significado” en un “significante” mientras el Lector libera los “significados” disparados por los “significantes”, e incluso haciendo varias lecturas de los mismos texto los “significantes” le pueden evocar nuevos “significados”; ahí está lo “gratificante” en el Lector biográfico, que cuenta con un historia en un contexto en un tiempo determino. Pero ese Lector biográfico (potencial poseedor de muchas lecturas posible) queda diluido frente al Lector al que Barthes hace referencia, el Lector que “...es un hombre sin historia, sin biografía, sin psicología...” (71) ya que éste Lector cuneta con infinitas cargas de “significado” a un mismo “significante” al no verse atado a una cultura, a una época, a una región, a una cosmovisión; sus textos son ilimitados.
El Lector, en el sentido de Barthes, se muestra como el hacedor de textos infinitos, textos desanclados de un cultura determinada y que atraviesan el tiempo y espacio liberando “significados” y dejando al Autor restringido al rol de un Lector biográfico, a un Lector que años después puede releer el texto que una vez escribió y sentir rechazo por el, resinificar el sentido de la obra, tomarle mayor aprecio, serle indiferente o tener cualquier otra reacción, pero cualquiera sea esa reacción quedará a la par de cualquier otra lectura que alguno de estos Lectores aculturales haga.
Por esto es que obras anónimas como El lazarillo de Tormes pueden sernos tan “gratificantes” como cualquier otra, los “significados” que generan esos “significantes” son múltiples y mutables y se leen sin la limitación de la figura del Autor, en estas obras los Autores ya están “muertos” pero esto poco importa, lo único que le hace falta a un texto es que un Lector le libere “significados” a sus “significantes”.
Bibliografía:
Barthes, Roland. “La muerte del autor”. El susurro del lenguaje, trad. C. Fernández. Medrano. Barcelona: Paidós, 1994, 65-71.
Bolaño, Roberto, “Segunda entrevista a Roberto Bolaño”. Entrevistador Fernando Villagran. Entrevistas-A. 28 de enero del 2018. Recuperado 30 de marzo 2019.
http://www.entrevista-a.com/segunda-entrevista-a-roberto.../
Cortázar, Julio. “68”. Rayuela. Barcelona: Debolsillo. 2016, 490.
Saussure, Ferdinand. “Naturaleza del signo lingüístico”. Curso de lingüística general, trad. Amado Alonso. Buenos Aires: Losada, 1945, 91-93